lunes, 7 de enero de 2019

Chova piquigualda.

Habitante de las más altas cumbres del norte de nuestro país, la chova piquigualda es un elegante córvido de carácter confiado y gregario, que se alimenta normalmente de invertebrados, obtenidos en las praderías alpinas y entre las grietas de las rocas. Dado lo poco accesible de los lugares que frecuenta y su adaptabilidad —llega a aprovechar los restos de comida abandonados por el hombre—, sus poblaciones no sufren amenazas importantes.




De tamaño algo menor que la chova piquirroja, la piquigualda es un estilizado córvido, de plumaje uniformemente negro y brillante, que se caracteriza por poseer un pico amarillo y algo curvado, así como unas patas fuertes y relativamente cortas de color rojo anaranjado. Los jóvenes tienen las patas y el pico negruzcos. En vuelo —que es habilidoso y acrobático— se distingue de su pariente por tener las alas más redondeadas y con las primarias menos separadas, así como la cola más larga.

La chova piquigualda es un ave típicamente alpina, que frecuenta, tanto para alimentarse como para criar, los pisos superiores de las montañas —siempre por encima del límite de los árboles—, donde alcanza los 2.800 metros de altitud. En estos lugares ocupa canchales y praderas de alta montaña y utiliza las paredes verticales y las simas como dormidero y lugar de reproducción.

Alimentación
Su dieta es omnívora, si bien en menor grado que en otros córvidos. Durante la primavera y el verano, prospecta los roquedales y prados en busca de invertebrados; frecuenta también —junto a la chova piquirroja— los pastizales donde se acumulan los excrementos de caballos y vacas, en los que obtiene gran cantidad de larvas y adultos de moscas, escarabajos y otros invertebrados. Ocasionalmente ingiere semillas y frutos. Durante el invierno, se aproxima a las áreas más humanizadas, donde aprovecha la gran cantidad de desperdicios generados por el hombre.
Reproducción
El periodo reproductor de estas aves comienza bien entrada la primavera; normalmente durante el mes de mayo se inicia la construcción de los nidos —en general, desordenadas plataformas con escaso aporte de material— en los más apartados resquicios de las paredes rocosas. Frecuentemente, estas aves tienden a agruparse en colonias de cría. La puesta consta de tres a cinco huevos de color blancuzco, que son incubados exclusivamente por la hembra durante 18-21 días. Los pollos nacen a finales de junio y son alimentados por ambos progenitores, si bien la hembra tiende a pasar más tiempo con la prole. Tras un periodo que oscila entre los 29 y los 31 días, los jóvenes abandonan el nido, aunque todavía dependerán de sus padres varias semanas más. A diferencia de otras especies, los inmaduros no se dispersan inmediatamente, sino que permanecen en el seno del grupo familiar de dos a tres años, momento en el que alcanzan la madurez sexual.

Dado que la mayor parte de la población de esta especie se encuentra dentro de espacios naturales protegidos o en áreas de alta montaña escasamente accesibles y poco alteradas, no sufre amenazas importantes. Al contrario que para otras aves alpinas, la ocasional presencia de excursionistas no supone un problema en el caso de esta chova, especie muy confiada y capaz de aprovechar los restos de alimento que estos dejan en la cercanía de refugios y pistas de esquí. Por el contrario, sí pueden verse perjudicadas por la práctica de la escalada en las inmediaciones de sus nidos o de los dormideros comunales. La chova piquigualda aparece incluida en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas en la categoría “De interés especial”.

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