domingo, 6 de septiembre de 2020

Historia de la minería en Áliva.

 Áliva y la zona de los Picos de Europa próxima a Espinama fueron objeto de explotación minera durante casi 150 años, en época reciente. Lógicamente, esa actividad minera ejercida durante tantos años influyó, y mucho, en la vida del concejo. A dar a conocer la actividad minera en sí y sus repercusiones se dedican estos artículos.

Antes de que a mediados del siglo XIX comenzara la gran actividad minera, habían existido algunos precedentes. Hay quien cree que ya los romanos pudieron llevar a cabo alguna explotación en los Picos de Europa, el Mons Vindius de entonces. No está claro y, de ser cierto, es poco probable que fuera por la zona de Espinama.


Es en la Edad Moderna cuando existen documentos escritos que hablan de minas en Espinama. En 1532 se menciona una mina en Peña Vieja pero es unos años después, en 1557, cuando se dan detalles concretos. Se habla de la existencia de una mina de oro y plata «en el puerto de Aliba, confinante con Peña Vieja, a mano derecha antes de llegar a la colladilla, cerca por la parte inferior de la fuente cimera». Los geólogos Manuel Gutiérrez Claverol y Carlos Luque Cabal, autores del libro "La minería en los Picos de Europa", creen que, más que de oro -inexistente en Picos- sería una mina de pirita o calcopirita, minerales que tienen brillo aurífero y están presentes en Áliva.

De 1578 es la siguiente mención documental. Se trata de una carta en la que Pedro Bueno de Escandón pide que se le conceda beneficiar dos minas en Cabrales y «otra de plomo que descubrió en el término de Aliba».

Algo más recientes, de 1625, son las referencias a sendas Cédulas Reales que se otorgan para permitir beneficiar diferentes minas, entre las que se encuentran «una de piedras que parecían serafinas, que hacían visos amarillos, verdes y azules y otros colores en el puerto de Aliba, donde decían Baldujar, al pié de un peñón que está al mediodía» y otra «mina nueva de plata que estaba en una corriente que bajaba de las Peñas Bermejas, en el término del lugar de Espinama».

Son, pues, varias las citas de minas en la zona en los siglos XVI y XVII. Sin embargo, la explotación de tales minas, de haberse llevado a cabo, debió ser muy efímera por cuanto no hay menciones a ellas entre la mucha documentación de los siglos XVII y XVIII relativa al Concejo que he podido manejar. El hecho de que las Ordenanzas del Concejo de 1625 incluyan un capítulo en el que se prohibe «sacar ningún carro de piedra para fuera del Concejo» confirmaría la falta de explotación minera como también lo confirmaría el que en el Catastro del Marqués de la Ensenada de 1752, a la pregunta relativa a la minería y la industria del lugar, contesten refiriéndose únicamente a los molinos y el batán. Tampoco hay alusiones a la actividad carretera necesaria para el transporte del mineral que tendría que haber sido ejercida por los vecinos de Espinama como más próximos a dichas minas. Hay que esperar, por tanto, hasta el siglo XIX para encontrar una explotación real de la riqueza mineral de la zona.

En 1853 la Real Compañía Asturiana de Minas comienza a hacer prospecciones en los Picos de Europa, como resultado de las cuales descubre el año siguiente la importante presencia de cinc y plomo. Dos años después, en 1856, ya comienza a explotarlo en Áliva y zonas próximas. Por aquellos mismos años, la sociedad "La Providencia" comienza igualmente sus explotaciones. Conocidos los hallazgos, los registros mineros proliferan por toda la zona.

De todas las minas fue la de Las Manforas, en Áliva, la más importante. Su explotación, con intermitencias, llegó hasta 1989, cuando se produjo el cierre definitivo. También hubo minas en sus proximidades en la Canal del Vidrio, en el Duje, La Marta Navarra, Puertos de Áliva y Horcadina de Covarrobres. Además de en Áliva, se explotaron minas en Lloroza (Las Gramas y Altáiz), Fuente Dé y Liordes.

La ubicación de las minas, en terreno montañoso y a más de 1.500 metros de altitud, supuso, en el periodo anterior a la guerra civil, perjuicios a tres niveles:

1º) Los duros inviernos impedían trabajar durante todo el año. Las campañas duraban desde mayo o junio hasta noviembre.

2º) La lejanía respecto a los pueblos más próximos -Espinama y Sotres- implicaba dificultades logísticas. Por una parte, el personal no podía ir a su casa y volver todos los días. Por otra, los abastecimientos también eran más complicados.

3º) La dificultad de dar salida al mineral. La necesidad de llevarlo desde lugares tan apartados hasta Unquera, a unos 70 kilómetros, donde se embarcaba, hacía que el transporte encareciera notablemente el producto.

Para mitigar esos problemas las compañías mineras construyeron casetones para alojar a su personal en Áliva, en Lloroza y en Liordes. Además, se construyó una gran red de caminos a través de los cuales los carros de bueyes sacaban el mineral. Así lo podemos leer en el libro "Liébana y los Picos de Europa", publicado en 1913 por "La Voz de Liébana":

"En Áliva tiene en explotación la sociedad minera La Providencia varios criaderos de blendas, y para el servicio de las minas ha construido caminos, carreteras, dos casetones, uno para los ingenieros, y el otro (1.518 m.) para cocina, cantina y cuadras, y algunas chavolas [sic] o casetas en las que los obreros duermen. Al pie de la Canal del Vidrio hay un lavadero de minerales y un casetón de la empresa Echevarría". La Real Compañía Asturiana de Minas explotaba entonces las minas de Lloroza, situándose su casetón a 1.865 m. de altitud. También la de Altáiz era gestionada por la R.C. Asturiana.

Los lavaderos, como el que se cita en la Canal del Vidrio o el de Liordes, tenían por objeto tratar las piedras de mineral de menor ley antes de su transporte a Espinama. Estos minerales eran triturados en molinos, lavados y concentrados en cribas de palanquín o en cajones alemanes, para así facilitar su transporte. El mineral de alta ley, en cambio, era llevado con carros directamente hasta Espinama, desde donde continuaba viaje hasta Unquera.

Sirvan como ejemplo de la importancia de estas explotaciones los datos de la "Estadística comercial e industrial de la provincia de Santander" de 1909, publicada por el Ministerio de Fomento. En ella se dice que la Sociedad La Providencia tenía tres concesiones en Áliva y otras cuatro en Ándara, empleando entre todas a 132 hombres, 6 mujeres y 8 muchachos. En Áliva obtuvo ese año 625,10 Tm. de cinc (en Ándara 317,3 Tm.). La Real Compañía Asturiana, por su parte, tenía una concesión en Lloroza, con 31 obreros y una producción de 484 Tm. de cinc. Por último, la de Echevarría y Cía. contaba con una concesión "en Camaleño" (la de la Canal del Vidrio debe ser) con 29 hombres y tres mujeres y 279,4 Tm. de producción.

Un dato más genérico: según los citados Claverol y Luque, entre 1856 y fines de 1899 se extrajeron de las minas de los Picos de Europa 160.000 toneladas, cantidad en la que se incluye lo producido también en las minas de Ándara, no ubicadas en el Concejo.

Estos altos niveles de producción se veían, sin embargo, muy influidos por el precio alcanzado a nivel internacional por el cinc. Cuando, como durante la I Guerra Mundial, subía, la rentabilidad era mayor y se aumentaba la producción. En cambio, en épocas en que el precio del cinc bajaba, el alto costo del transporte hacía que dejara de ser rentable la explotación. Por este motivo, dejaron de explotarse durante algunas temporadas, la más prolongada la que se inició en 1927, con la crisis internacional, cierre que se alargó hasta años después de finalizar la guerra civil española. En esos años parece que sólo la Sociedad Anónima Picos de Europa, dirigida por Manuel Palacios Antón, realizó un aprovechamiento esporádico de mineral residual de algunas labores o en las escombreras.

Es en 1942 cuando la Compañía Minero Metalúrgica Montañesa, sucesora de La Providencia, retoma los trabajos en las minas de Áliva, trabajos que duran hasta 1953. La explotación incluye seis concesiones de las que es propietario el espinamense Rafael Calvo Briz. En este periodo, en 1950 en concreto, se comete uno de los mayores errores de la historia minera de Áliva: la "explosión Kachinski", gran voladura, con dos mil kilos de dinamita, que produjo una gran cicatriz en la Canal del Vidrio.



Pocos años después del abandono por la M.M.M., en 1956, es nuevamente la Real Compañía Asturiana de Minas, a través de su filial "Sociedad Carbones de La Nueva", la que arrienda las concesiones de Rafael Calvo y retoma su explotación y la de las otras concesiones que allí mantenía. Es entonces cuando se produce un cambio sustancial: la explotación minera se alarga a todo el año. Para ello, los mineros se alojan durante el invierno en casetones colectivos que, ya en los años 1970 cuando la titularidad de la explotación es de otra filial de la Asturiana, la "Sociedad Minera Picos de Europa, S.A.", son sustituidos por barracones de cemento armado en forma de medio tubo, con bóveda de cañón, de modo que la nieve resbalara sobre ellos. Se cuenta, además, con nueva maquinaria y son camiones los que se encargan del transporte.

La explotación por esta última compañía abarca desde 1967 hasta que en 1981 pasa a "Asturiana de Zinc, S.A.", sociedad que compra la R.C. Asturiana de Minas. Finalmente, en 1985, AZSA vende las concesiones de Áliva a Agustín Fernández Balmorí quien, hasta el cierre definitivo en 1989, con apenas una veintena de trabajadores, hace un aprovechamiento residual, buscando sobre todo piezas vistosas de blenda acaramelada para su venta a coleccionistas.


Apenas comenzada la explotación por la Real Compañía Asturiana de Minas, se vio que la blenda acaramelada procedente de Áliva era excepcional. Así, en 1862 en la Exposición de Minería celebrada en Londres, la R.C.A.M. fue premiada en buena medida por los ejemplares presentados de esa variedad.

Sin embargo, su explotación, en zona montañosa a gran altura sujeta a duros inviernos, conllevaba en el siglo XIX unas condiciones penosas, de modo que fueron muchos los espinamenses y los vecinos de otros pueblos próximos que prefirieron optar por la emigración a América antes que trabajar en las minas. Como leemos en la revista Bocamina, «hasta finales del siglo XIX, difícilmente se superaban los 8 o 10 reales por jornada. Y no faltaba algún capataz que hacía incluir en la nómina el gasto de aceite del alumbrado para evitar el despilfarro o que lo ingirieran los propios asalariados para mitigar el hambre que pasaban. Los mineros tenían que soportar enomes penalidades para arrancar el mineral, debiendo utilizar técnicas extractivas primigenias; las condiciones de las labores subterráneas eran árduas, disponiendo de espacios muy limitados, lo que obligaba a adoptar posturas incómodas llegando a tener que trabajar tendidos». Con malas coondiciones de iluminación y ventilación, sólo el uso de la dinamita mejoraba las técnicas empleadas por los romanos dos mil años antes.

Los casetones habilitados para los mineros tampoco eran satisfactorios. El Conde de Saint-Saud alude en 1891 al pésimo estado en que estaba el casetón de Liordes, afectado por los duros inviernos, con los suelos podridos, sin contraventanas... Pocos años después, en 1912, ya consta como derruido.



Pese a estas duras condiciones, hubo mineros dispuestos a pasar todo el invierno encerrados en las galerías en contra de lo que era habitual entonces. «Algunos de ellos han pasado parte del invierno en ellos [en los altos], sobre todo en las minas y galerías de los señores Echevarría e Hijos, de Bilbao, que trabajan casi de continuo en las galerías de Fuente Dé, donde tienen una hermosa chavola (sic) dentro de peñas vivas del lado de una galería que ya lleva 280 metros de largo en la misma peña y en una sola dirección y otra, algo más alta, de 180», leemos en La Voz de Liébana en 1905.
En este mismo periódico y año, se dice que «Espinama es un pueblo de importancia por su ganadería y ricas minas, que hoy las explotan cuatro ricas sociedades, dando de comer a muchas familias y si tuviere una triste carretera verían las ventajas no sólo Espinama y el valle sino todo el Partido de Potes, porque con vías de comunicación disminuirían los precios de los arrastres de mineral y se aumentarían las explotaciones que están paralizadas por este motivo».

Pese al inconveniente de la falta de carretera, las compañías implantan infraestructuras que, a buen seguro, sorprenden a los lugareños. Así, por ejemplo, parece que ya hacia 1898 la Real Compañía Asturiana de Minas instala un cable para bajar el mineral desde Lloroza hasta Fuente Dé. No sé si el mismo u otro es puesto en funcionamiento en 1907 por la Sociedad Peña Vieja.

Por estos años, hay en Espinama hornos para calcinar el mineral, aunque son más pequeños que los existentes en Ojedo.

Pero no es oro todo lo que reluce. Durante los primeros años del siglo XX nos constan quejas de muy diverso tipo contra las compañías mineras:
por la corta y extracción de maderas de los montes del pueblo sin licencia;
porque "no cumplen los reglamentos del ramo de minería, ni la ley de accidentes de trabajo pues carecen de Ingenieros y capataces facultativos y no han dado cuenta de algún accidente recientemente ocurrido" (denuncia del Gobernador Civil en 1907)
por construir,"al parecer sin autorización alguna, depósitos de minerales, casetas y caminos por terrenos comunales"
por no contratar más que a aquellos trabajadores que votaban a quien ellas indicaban en las elecciones.

Por estas épocas, la mina de Las Manforas tiene dos niveles que avanzan siguiendo al mineral, sin una planificación. Es tras la reapertura después de la guerra, en 1957, cuando las labores se planifican mejor, iniciándose los trabajos en la tercera planta, se construyen los búnker, se conecta el primer nivel con el exterior a través de lo que se convierte desde entonces en acceso principal a la mina... En 1968, cuando parecía agotado el yacimiento, se localiza un nuevo filón que permitirá desarrollar otras tres nuevas plantas. Además, se ejecuta un nuevo pozo, finalizado en 1975, que da acceso a las seis plantas de la mina.

La maquinaria empleada, que ya había mejorado a raíz de que Carbones La Nueva se hiciera con la explotación en 1956, experimenta una mejora aun mayor cuando la Sociedad Minera Picos de Europa se hace cargo de ella. La mina se dota de una línea de alimentación eléctrica de 30.000 V que desde Tama llega por la collada de Cámara. Se instala, por los 1960, una emisora de onda media que conecta la mina con Espinama, aunque de un modo muy deficiente (la conexión tenía que realizarse a horas predeterminadas con lo que en caso de emergencia no era útil). Esta emisora fue reemplazada en 1972 por una mucho mejor. Incluso, se instaló teléfono.

En cuanto a las relaciones de las compañías mineras con la Junta Vecinal de Espinama, cabe decir que, en general, fueron buenas. En 1949 y 1951, por ejemplo, la Junta autorizó a las compañías la realización de mejoras en los caminos de Áliva y de la Braña del Hortigal.

Ese mismo año, 1951, el Sr. Beltrán, director gerente de la compañía Minero-Metalúrgica Montañesa, propuso a la Junta Vecinal instalar cuatro luces por su cuenta (instalación y fluido eléctrico) donde quisiera el pueblo, siendo por cuenta de éste traer los postes y plantarlos.

El pueblo, por tanto, obtenía algunas mejoras de la presencia de las minas. Es lógico, por ello, que correspondiera en alguna medida como hizo cuando (1951) reconoció a la Real Cía. Asturiana el derecho a obtener leñas de los montes del Concejo como cualquier vecino o como cuando, en 1952, se acordó «renunciar a los derechos por la instalación del cable de la mina de la R.C.A. en recompensa de obras hechas por la compañía a favor del concejo».

Por esos años la RCA de Minas solicita cesión de terrenos en Fuente Dé ya que, entre otras cosas, quiere hacer una plaza de descarga y depósito de mineral. La Junta se lo concede y acuerda el 29 de enero de 1956 «que el producto que se valorara el terreno de la Dehesa para la R.C.A. fuera en beneficio del barrio de Pido a través de la Junta Vecinal ya que era este barrio el perjudicado con la cesión de terreno».
Por lo que respecta al mineral extraído, sin lugar a dudas lo más destacado fue el de la explotación subterránea de la mina de Las Manforas. En los 135 metros que alcanzó con seis plantas, comunicadas entre sí por buen número de cámaras y subniveles, hubo variantes. La blenda de la 1ª planta era acaramelada de baja calidad. De las plantas 2ª, 3ª y 4ª se extrajo la blenda de mejor calidad con un alto grado de transparencia y pureza, y de las que se han llegado a extraer excepcionales gemas de varias decenas de quilates. De la 2ª planta proceden además excelentes cristales cuboctaédricos de galena sobre dolomita blanca, asociada a blenda verde maclada. Por otra parte, en la 3ª planta se han encontrado grandes cristales de calcita, escalenoédricos, a veces maclados, junto con blenda espática de calidad gema. Otros minerales que han aparecido pero de menor interés coleccionístico, son las calaminas(explotadas a finales del siglo XIX), pirita, calcopirita y fluorita.

Entre las grandes obras de infraestructura llevadas a cabo para la explotación minera en los Picos de Europa hay que destacar el camino de Los Tornos de Liordes, con sus 38 zig-zags para salvar los 900 m. de desnivel existentes entre Fuente Dé y Liordes. Fue promovido por el ingeniero Marcial Olavarría para bajar por él los carros de mineral. El abandono temporal de las explotaciones de Liordes conllevó la no reparación de los daños producidos por las avalanchas por lo que, pronto, quedó como poco más que un sendero por el que bajaban el mineral en caballerías. Ya estaba en desuso como camino de mineral desde 1897.

Por ese camino, se despeñó más de un carro. El Conde de Saint-Saud dejó constancia de ello al comentar que «Juan Suárez, nuestro guía, se detiene para contar con fruición mil historias macabras de las que ha sido teatro este camino, y cada sima que se ha tragado a un desgraciado da pie a un nuevo relato, más feroz que el anterior».

El transporte en carros se llevaba a cabo desde las diversas minas (Áliva, Liordes, Lloroza, Fuente Dé...) hasta Espinama y desde allí a Camaleño, Ojedo y Unquera, donde se embarcaba el mineral como se da cuenta en este estudio publicado en "El Oriente de Asturias". Esta actividad carretera se unía a la propiamente minera a la hora de proporcionar jornales entre la población. De su importancia da fe el hecho de que, cuando en 1906 el Ayuntamiento de Camaleño decidió imponer un impuesto de tres pesetas por carro por el arrastre de minerales por los caminos vecinales, hasta ciento cuarenta carreteros presentaron un recurso de alzada manifestando su oposición. Este recurso fue estimado por el Gobernador Civil, anulándose el impuesto.

Obviamente, tantos carreteros no eran sólo ni de Espinama ni de Liébana. En el artículo anteriormente enlazado, por ejemplo, leemos cómo «dos de los mejores carreteros, verdaderos profesionales, eran don Manuel González Calleja, natural de San Pedro de las Baheras y padre de don Paco el gaitero y don Martín Noriega Cueto, su cuñado. Nos cuenta su hijo don Manuel Noriega González (Manolo Martín) que su padre tenía una pareja de bueyes excepcional llamados el "Corzo" y el "Galán" que bajaban el mineral desde Aliva, en los Picos de Europa, cargando hasta cuatro toneladas por unos caminos, como es de suponer, de vértigo, estrechos y pendientes, lo cual era una verdadera proeza conducir los carros con tantas dificultades».

Las condiciones en que desarrollaban su labor los carreteros dejaban mucho que desear. Las compañías mineras o los contratistas del transporte se aprovechaban para imponer sus condiciones de la facilidad de encontrar sustituto a quien se mostrara exigente. Sin embargo, llegó un momento, el verano de 1913, en el que los carreteros del mineral de la Real Compañía Asturiana y de La Providencia acordaron declararse en huelga por la continuada rebaja en el precio que se les pagaba que había pasado de 1,35 ptas. el quintal desde la mina a Ojedo, a 1,30 primero, a 1,25 después, y a 1 peseta entonces terminando la jornada en Camaleño y cobrando 70 céntimos de Camaleño a Unquera. Las ganancias, decían, eran para el arrendador del servicio, mero intermediario. Los carreteros acudieron directamente a D. Juan Sitges, ingeniero director de la Real Compañía Asturiana de quien esperaban asumiera sus pretensiones: 1,5 ptas de la mina a Ojedo y 0,8 de Ojedo a Unquera; que las compañías fiscalizaran el peso de la carga, en lugar de dejarlo en manos del contratista; y el arreglo por las mismas de los caminos.

Otras quejas latentes de los carreteros eran la obligación de emitir el voto a quien les indicaban, la imposición que se les hacía de parar en Camaleño y comer en un establecimiento (del contratista del arrastre) y la instalación de báscula para pesaje en Camaleño, con el mismo fin.

Hacia 1912-1915, los carros cargados de mineral, con sus ruedas de hierro, al pasar por Las Ilces hacían retumbar las casas. Los vecinos se quejaron y la Real Compañía Asturiana compró tierras e hizo un camino nuevo por fuera del pueblo (salía donde la escuela), si bien pronto quedó sin servicio por la apertura de la carretera.

A partir de la década de 1920 la importancia de la carretería empieza a decaer. La nueva carretera que desde Camaleño llega a Espinama permite el uso desde aquí de camiones para bajar los concentrados hasta Unquera.

En Espinama, para hacer la transición, se instalaron una tolva y una báscula de la que estuvo encargado durante algunos años Lino González.
No fue sin embargo hasta la segunda mitad del siglo XX cuando los camiones pueden acceder directamente hasta la mina. Fue el 20 de marzo de 1949 cuando la Junta Vecinal de Espinama autorizó a la Compañía de Minas Ibéricas, representada por José María Calvo Llanes, a «reparar y ampliar el camino que hay de Espinama a Las Portillas de Áliva, en aquellos parajes que se estime necesario para hacerle factible al tránsito de vehículos de tracción mecánica».
En 1951 fue la Real Compañía Asturiana la que, para facilitar la explotación de las de Fuente Dé, solicitó hacer algunas reparaciones en el camino a Fuente Dé y su prolongación hasta el lugar de las labores en la Braña El Hortigal.

Los camiones que subían a Áliva solían hacerlo con el volquete subido. En cierta ocasión, un conductor olvidó bajarlo y fue el causante de la destrucción del arco que había en Las Portillas que cayó encima del camión, estando a punto de matarle.

Entre los conductores que trabajaron para la Mina se recuerda especialmente a Rafael Rivas, "Fael", de Espinama. Los camiones de Michelena son también recordados de modo especial.

Otro elemento utilizado para el transporte del mineral de Lloroza fue el cable por el que se bajaba el mineral en cubos hasta Fuente Dé. Fueron diversas compañías las que, al parecer desde 1903, lo utilizaron. El último fue instalado en la década de los 1950 por la Real Compañía Asturiana de Minas para explotar la mina registrada por Luis de María.

Por último, por lo que se refiere al transporte en el interior de la mina de Áliva hay que decir que se llevaba a cabo en la segunda mitad del siglo XX mediante vagonetas que circulaban por los raíles instalados al efecto.

LA PAGA

Hacer llegar a los mineros su sueldo fue causa de diversas anécdotas. En la revista "Bocamina", ejemplar de abril de 2006 leemos:

«En los años 70, los mineros percibían su salario en mano que un pagador proveniente de Reocín les subía a la mina. El dinero se recogía en la sucursal del Banco de Santander en Potes y una pareja de la Benemérita lo escoltaba hasta la propia mina. Antes, en Espinama, había que ensobrarlo, uno por uno, lo cual era tedioso, especialmente cuando al llegar al último sobre faltaba o sobraba un duro y había que revisarlos todos de nuevo.

Cuando los vehículos podían llegar a la mina no existía problema, pero otra cosa era cuando el puerto estaba nevado y era preciso subir a pie. En tal caso tanto el pagador como los guardias civiles tenían que sudar la camiseta y no siempre se trataba de gente entrenada para realizar ese esfuerzo. Generalmente los de la pareja sí lo estaban pero ni el calzado que usaban era el idóneo (botas de cuero muy resbaladizas en la nieve helada) o falta de hábito o la problemática del puerto.


Un día estaba el tiempo revuelto. Empezaron a caminar en los invernales y el fuerte viento del norte casi les tiraba al suelo. Había que andar apoyándose en él y cuando la ráfaga cedía costaba guardar el equilibrio. Uno de los guardias entre lo helado que estaba el piso, que ya motivaba algún resbalón, y el viento racheado, posó el culo en la nieve repetidas veces. Por su parte, el pagador, que tenía mucha sorna, no hacía más que repetir "yo como las grandes compañías -debut y despedida en el día-". La caminata fue muy dura, pero al menos resultó simpática con las caídas del pobre número y los dichos del pagador.

En otra ocasión lo que sucedió ya no tuvo gracia. Las condiciones también eran muy malas, esta vez por la espesa niebla, y la comitiva, encabezada por el guía José Garrido, "Pillo", se perdió. El susto que se llevaron cuando éste se lo comunicó fue enorme. La zozobra de todos a medida que el tiempo transcurría iba en aumento, la cual pasó a ser pánico, cuando el guía les puso en alerta de que tuvieran mucho cuidado al dar cada paso porque había riesgo de darle al vacío y despeñarse. Al oir esto hubo alguno que incluso se negó rotundamente a seguir andando. En esta tesitura José se vió obligado a tranquilizarles argumentando que creía saber ya dónde estaban. Logró que continuasen, porque de lo contrario existía riesgo de congelación. Al poco encontró una referencia del sendero que debían seguir, pudiendo retomar la marcha y llegar sin novedad a la mina.»


Ya otras veces el transporte de la paga había originado anécdotas. Así, en el otoño de 1958, particularmente frío. Cuenta Abilio Alonso, por aquel entonces minero en Áliva:

«Son los primeros días de diciembre, lunes, día siete, cuando recibimos cuatro productores la siguiente orden de trabajo: salir de la mina camino de Espinama al encuentro del coche procedente de Torrelavega; trae nuestros salarios correspondientes al pasado noviembre, con el pagador de turno y acompañados de la Guardia Civil.

Son las cuatro de la tarde cuando llega el coche al lugar conocido como La Regollada; nieva intensamente y el coche no puede pasar de este punto, los "grandes capitalistas" que nos hacemos cargo del sueldo de todo el personal de la mina, menos el del facultativo, somos los siguientes: don Julio Caldevilla Caldevilla, de veinticinco años; don Ángel Alonso Díez, de veinticinco años; don Jesús Prellezo García, de veintidós años; y también yo tengo veintidós cumplidos.

Salimos hacia la mina sabedores de que la noche nos sorprenderá a medio camino, estamos a unos siete kilómetros del destino y en circunstancias muy adversas pasamos la portilla y también en Cobarance donde (¡cómo no!) recordamos el triste suceso del 1945; nosotros caminamos por el centro por encima mismo del río Nevandi, valiéndonos de la experiencia que tan caro costó a nuestros convecinos años antes. Caminamos los cuatro juntos, en línea, con relevos frecuentes pues hay mucha nieve y por la ventisca no nos vemos unos a otros; nos agarramos unos a otros y lo estamos pasando muy mal. En Salgardas, ya de noche y con nuestras fuerzas mermadas, decidimos darnos la vuelta de regreso a casa ¡si podemos!, si no, tenemos de camino los invernales de Igüedri, que serán nuestra salvación [...]

Con muchas dificultades llegamos a Espinama convirtiendo nuestras casas por una sola noche en Caja de Ahorros Rural. ¿Pero cuántas veces a lo largo de nuestra vida ponemos ésta en grave riesgo sin darnos cuenta?

A la mañana siguiente los cuatro capitalistas, convertidos ya en expertos financieros, emprendemos de nuevo el camino, todo sobre nieve, llegando al destino con no pocas dificultades, ¡pero llegamos! La primera noticia es que un alud de nieve en choque contra las cisternas (2) de gas-oil de ochenta mil litros de capacidad emplazadas sobre una base de media circunferencia hecha de hormigón y sujeta con dos sólidos abarcones de acero roscado con sus correspondientes tuercas y bien amarradas a la base (mientras no se demuestre lo contrario), son removidas y se pierde parte del líquido que contienen; son recogidas trece vagonetas de gas-oil, piénsese por un momento la más que posible coincidencia con uno de estos aludes por los cuatro protagonistas, ¿Dónde estaríamos nosotros y los salarios de todos? [...]

En compañía de los vigilantes don Eusebio Calvo Benito y don Manuel Briz Briz, damos entrega y cuenta del dinero que nos fue encomendado [...].»

LA NIEVE

Pocos días antes de este hecho, había ocurrido otro que el mismo Abilio Alonso destaca en su libro "Trabajo y amigos para el recuerdo":

Abilio Alonso y Bonifacio Reigadas en el interior de la mina de Áliva en 1963. Foto de Reigadas en flicr«A la entrada del otoño hay que proveerse de toda clase de alimentos y hacer acopio para unos seis meses y también de materiales para el total buen funcionamiento de la mina en este tiempo; así que dos carrocetas y un G.M.C. no paran desde Espinama de hacer el acopio. Dos de los conductores eran en estos días don Rafael Rivas y don Jesús Campo Rodríguez; fueron muchas las peripecias pasadas en el puerto de Áliva con estos servicios, aunque a los conductores y sus ayudantes les sobra profesionalidad; el mal tiempo de invierno anticipado daba al traste en no pocas ocasiones con este servicio.

Fue en un día de noviembre del año 1958 cuando estuvimos a punto de morir congelados algunos de los participantes en esta misión. El que lo pasó peor fue el conductor Rafael Rivas que debió ser reanimado con varias dosis de tortazos directamente en el rostro, abandonando máquinas y cargamento en el lugar conocido como "La Lomba". También el señor facultativo don Emilio Menéndez Ribelo, aguantó estoicamente este mal momento, pues no hizo como hazaña "embarcar la tropa y quedarse en tierra".

Pero el protagonismo de la nieve en aquel invierno no había hecho más que comenzar. El 17 de enero de 1959, tras diez días de nevadas continuas, se produce un gran alud que no sólo resbala por encima del búnker donde se encuentran los diez mineros que permanecían en la mina sino que también llena éste de nieve. Así cuenta sus consecuencias Abilio: «Hay una pequeña ventana interior y que mira a la cocina y, rompiéndola con una pala que el cocinero me dio y que él pudo entrar, sacamos con vida a don José Luis Suárez, en situación más que apurada; por esa pequeña escotilla pudimos saltar a la cocina, también llena de nieve; todas las dependencias del búnker fueron abiertas por el alud; el comedor, lugar de mayor superficie habitable, se llenó de nieve hasta el techo. Todas las claraboyas fueron arrancadas con sus correspondientes anclajes del cemento del búnker. Todo lleno de nieve; en los dormitorios generales fueron todas las camas atascadas en el piso inferior; todavía no habíamos advertido que las grandes cisternas de combustible han desaparecido junto con las tuberías que suministran el fuel al interior de los depósitos. Éstas fueron recuperadas pasados muchos meses y a gran distancia del emplazamiento donde se encontraban instaladas y, naturalmente, vacías de contenido.»

El 19 de enero, aprovechando el buen día que amaneció, los diez mineros abandonan la mina en dirección a Espinama, desde donde ya habían partido cuatro hombres, enviados por la empresa, con quienes se juntan en el Sierru La Varga.

Pero si la nieve protagonizó sucesos como el comentado, también intervino en otros no tan peligrosos, como éste que en la revista Bocamina titulan "No conocer la nieve":

«En una ocasión quedó vacante el puesto de Ingeniero Técnico de la mina y se le ofrecieron a un ingeniero que había quedado sin trabajo por el cierre de una mina en Cartagena. Como es lógico, antes de decidir si aceptaba el ofrecimiento, quiso visitar la mina. En la visita fue acompañado por el Jefe de Áliva en ese momento. Ambos subieron en el Land Rover con un tiempo, aparentemente tranquilo, impropio de febrero. Su mujer prefirió no subir, quedándose en Espinama pero la hija, que también viajaba con él, y a pesar de que llevaba ropa demasiado ligera para esas fechas, se animó a acompañarle. Durante la visita el tiempo se revolvió y empezó a chispear nieve lo que, tratándose de febrero, era previsible que pudiera suceder. Al salir del interior, el Jefe de la mina, viendo el panorama, le sugirió retornar lo antes posible. Eran ya las 4 de la tarde cuando bajaban y, a medida que lo hacían, la nieve caída en el camino aumentaba. A la altura del río "Resalao" la nieve atrapó al coche, quedando completamente bloqueado. El problema era grave porque dada la hora y la escasa ropa que llevaban no era posible pensar en apearse y seguir caminando, ya que hasta Espinama había aún mucho trecho.

El guía de la mina José Garrido ("Pillo") era uno de los viajeros. Eso los salvó. Sin pensarlo dos veces regresó a pie hasta la mina a buscar el vehículo "Ratrac" que se usaba para andar por la nieve. Con él se resolvió la papeleta bajando a todos hasta Espinama. El Land Rover quedó allí y se rescató una semana después. La experiencia no debió gustarle mucho al candidato que, por ser de donde era, solo conocía la nieve de oídas, y ese mismo día rechazó la oferta de trabajo.»

El mismo "Pillo" es protagonista de otro hecho que nos cuentan en el libro "La minería en los Picos de Europa":



«Para la alimentación eléctrica de las instalaciones existía una línea de 30.000 voltios que partía de Tama, al norte de Potes, pasando por las proximidades de Argüébanes, Lon y Tanarrio para alcanzar los Campos de Áliva por la collada de Cámara. Con harta frecuencia, en la temporada invernal, y coincidiendo con los días en que se producían temporales de nieve, surgían problemas que daban lugar a la rotura de aisladores y cables, caídas de postes, etc., siendo la localización de las averías lo más dificultoso. (...)




Se hacían dos cuadrillas acompañadas por electricistas que, en ocasiones, venían desde Reocín. Una de ellas partía de Áliva (guiada por "Pillo") mientras la otra lo hacía desde Ojedo. En algunas zonas la nieve adquiría tal altura que los cables quedaban al alcance de la mano. Cuentan que "Pillo", con gran osadía, se aproximaba al máximo a los cables para sentir el cosquilleo de la corriente y detectar así su paso.»

En la mina, aparte de momentos duros, tanto por el trabajo en sí como por el aislamiento, los mineros pasaban otros de gran diversión. Uno de ellos recuerda, por ejemplo, la "corrida de toros" que organizaron cierto día en la mina en la que tanto el papel de toro como los de banderilleros y toreros estuvieron a cargo de espinamenses. El rato que pasaron con las acometidas del "toro" dejó un recuerdo imborrable.

A estos momentos ayudaba, de vez en cuando, el vino, del que la mina estaba bien surtida. Copio de la revista "Bocamina", ejemplar de abril de 2006:
En los años 50, los mandos que iban a la mina ocasionalmente comían en casa de una señora llamada "Quica", que cocinaba divinamente. Quica murió y su sobrina Lody (esposa de Félix Campo, chófer de uno de los Land Rover) fue su sucesora y tan buena o mejor cocinera. El padre de Lody, de nombre Vicente, y que era manco se ocupaba en la mina del Almacén y, por lo tanto, de los artículos que se consideraban consumos, como era el caso del vino. Pero además, en este caso particular su responsabilidad era mayor porque se encargaba de su elección y compra. Vicente iba todos los años a primeros de octubre a un pueblo de la Ribera del Duero, donde unos conocidos suyos hacían un vino que gozaba de la aceptación de los mineros. Allí adquirían 7 tinajas de unos 500 litros de capacidad cada una. Puede parecer mucha cantidad, pero hay que tener en cuenta que debía durar 5 o 6 meses y que en la mina comían y cenaban cada día muchos mineros. Al final de la galería general del primer nivel había un recorte al que se le había instalado una puerta. Ese era el lugar destinado para fuardar el vino. Una bodega cinco estrellas, porque un Ribera del Duero no se merecía menos. A esa galería se le conocía como "la Galería del Vino" naturalmente. Pero este lugar dejó de tener tan noble finalidad cuando se profundizó el nuevo pozo, al coincidir en ella el inicio del mismo.

También en la mina guardaban los mineros el queso de Cabrales, metido entre los cuadros de alguna zona entibada de la galería general.»
La alegría y buenos momentos de los mineros no se limitaba a la Mina. Hubo una temporada en que el pueblo de Espinama añadió a las festividades tradicionales otra que se celebraba de modo especial: la de Santa Bárbara, la patrona de los mineros. De hecho, incluso en los periódicos se llegó a recoger noticia de ella, como en El Diario Montañés del 3 de diciembre de 1964, en el que se lee:

«Mucho se habla en los periódicos de los Picos de Europa, con motivo del turismo, que, sin lugar a dudas, es uno de los más bellos paisajes del mundo.





1 comentario:

  1. Texto e imágenes tomadas de http://espinama.es/historia/mineria1.html. ¡Qué menos que citar el origen!

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